El mejor truco del diablo fue convencer al mundo de que innovaba

Lo que importan son los hechos y no las palabras. Cuando mantengo conversaciones sobre innovación, con profesionales que se han formado para poderla desarrollar de forma efectiva en sus empresas, uno de los temas de debate es la contradicción que se da en muchas empresas entre los mensajes desde la cúspide sobre la necesidad de innovar que contrasta con las actitudes que se fomentan o se castigan.

Así es curioso constatar que cuando se pide a los empleados que sean innovadores y que aporten ideas para desarrollar innovaciones mientras tanto aquellos que cometen errores o no consiguen lo que se esperaba en los proyectos que se están desarrollando son objeto de escarnio y culpabilización. Pero lo grave es que no solo se da en el campo de la innovación sino que se da en cualquier ámbito dentro de la empresa; y entonces esta actuación genera una cultura del miedo al error que socava uno de los pilares fundamentales de la innovación, y también de la gestión empresarial.

Pretender que al innovar no hay errores o que no se pueda fracasar es una utopía. Porque la innovación es una actividad de riesgo, pero un riesgo que se puede y se debe controlar. De la misma forma que no sabemos si un desarrollo tendrá éxito y funcionara, tampoco sabemos si cuando esa innovación llegue al mercado será un éxito de ventas o no se venderá lo suficiente para compensar la inversión.

Aunque también hay otros detalles que cuestionan que la innovación se pueda considerar una prioridad como puede ser el hecho que no se acepten de buen grado las preguntas que ponen en cuestión los paradigmas que existen en las empresas, o los productos que se comercializan, o las formas en que se desarrollan los procesos, o los indicadores para medir los resultados.

Todo debería ser cuestionable. Porque muchas veces algo existe debido a unas condiciones que se dieron en un momento determinado; pero estas condiciones con el tiempo cambian. Pero eso no significa que se cuestione la decisión que en ese momento se tomó; porque en esas circunstancias con el conocimiento y los datos disponibles fue la mejor decisión.

Una pregunta para hacerse que crea incertidumbre es: ¿Si empezáramos de nuevo con lo que ahora sabemos y con lo que hay disponible haríamos lo mismo? Y la respuesta puede ser traumática en la empresa; porque si esta respuesta es no, entonces se plantea la necesidad de un cambio. Y si no se produce ese cambio entonces puede ocurrir que aparezca en el sector un competidor que haga lo que no hemos querido hacer; y lo peor es que nos haga desaparecer del mercado.

Sabemos que un área de la innovación que tiene muchas posibilidades de ser desarrollado por  todos los empleados es la de procesos. Todos los que están dentro de un proceso son conscientes de lo que se puede mejorar y cómo se podría hacer. Pero cuando se encuentran en entornos empresariales de cultura del miedo no se atreven a exponerlo. Pero también se puede dar una actitud de carácter elitista que supone que las innovaciones solo la pueden desarrollar los expertos, o los empleados de determinadas áreas o situación jerárquica. Una actitud de suficiencia que puede ser muy destructiva en la confianza de la empresa.

En el mundo de la empresa podemos encontrar empresas que difundan mediante costosas campañas de marketing y comunicaciones que son innovadoras. Sólo para que los empleados, los clientes y los proveedores, los inversores y las autoridades, etc… se lo crean. Es difícil que a la larga los que conocen de cerca la situación dentro de la empresa mantengan la confianza en que la innovación sea una prioridad. Pero sin embargo de cara al exterior sí que se puede dar esa imagen de empresa innovadora.

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