Recientemente acompañe a mi hijo en una sesión en la que explicaban a un reducido grupo de niñas y niños entre 7 y 10 años la metodología del Design Thinking. Este taller lo organizaba un docente de la Universidad Politécnica de Cataluña que explicaba de forma amena como se podía innovar utilizando esta metodología.
Para ello les explicó las fases de Design Thinking de acuerdo a que lo definieron en el Institute of Design de la Universidad de Stanford, es decir, el proceso de Empatizar, Definir, Idear, Prototipar y Testear. En la fase de prototipar mientras los niños hacían sus prototipos aproveché para conversar con él sobre la fase de definir en la que había utilizado la habitual frase que consiste en decir que “Definir el problema es tener la solución”.
Le explique que, en mi opinión, este era un error que se producía cuando se quiere plantear un problema, especialmente en los ámbitos académicos. En la mayoría de situaciones en las que nos enfrentamos a un problema no sabemos cuál es el problema, o mejor dicho lo que no sabemos es cuál es el problema real. Lo habitual es que lo que tengamos sean los síntomas o las consecuencias del problema; pero no sabemos cuál es el problema real. Entonces a partir de esos síntomas analizamos y planteamos cual puede ser el problema, pero no siempre ese es el problema que hemos de solucionar. A veces ese es una consecuencia de un problema más profundo que se esconde detrás de una espesa niebla.
También le expresaba mis dudas que los modelos educativos en los que se plantea un problema del que se sabe la solución no son lo que un profesional se encuentra en el “mundo real”. Cuando uno está en una empresa y aparece un problema suele ocurrir que no sabe cuál es el problema y lo que debe hacer es en base a lo que se encuentra plantearse las opciones.
La cuestión a resolver es: ¿cómo preparamos a las personas a enfrentarse a unos problemas de los que, en principio, no saben cómo definirlos?