Aprovechando la famosa frase de Descartes hago una adaptación al campo de la innovación, que debe ser más amplia pues quien innova no sólo existe sino que además evoluciona y crece.
La innovación debería ser uno de los principios filosóficos que actuaran como base los valores de las empresas de este siglo y los siguientes.
La innovación debe ser parte de la esencia de la empresa, debe estar enraizada en el «core business». Debe ser, también, una actitud proactiva por parte de todo el personal. Tiene que haber una cultura de la innovación que se haya extendido a todas y por todas las personas que forman parte de la empresa, y también haber llegado a toda la red de proveedores y de clientes que tendrían formada una visión innovadora de la empresa.
La difusión de esta actitud para toda la empresa es un proceso que necesita su tiempo, pero sobre todo lo que hay es que la máxima autoridad de la empresa y el resto de miembros de la dirección tengan una actitud hacia la innovación positiva y estimulante. Es necesario que haya coherencia entre lo que se dice y lo que se hace en torno a la innovación.
Debe haber una política de información y formación en el campo de la innovación y, especialmente, con la promoción de espacios para debatir y comunicarse entre las personas de los diferentes departamentos.
Y especialmente con la creación de grupos multidepartamentales.
Es una de las actividades más motivadoras y de las que producen mejores resultados, y además, favorece la cohesión y comprensión entre los diversos departamentos.
Así todas aquellas empresas que quieran ser innovadoras deberían de tener puesto a la entrada de su sede el texto: «Innovo ergo sum»